Tambores de guerra
En el extranjero, siempre han resultado misteriosos nuestro comportamiento temerario y nuestra lamentable historia. Nosotros lo hemos asumido sin comprenderlo: es algo tan natural como que llueva o que haga frío en invierno. Ahora que de nuevo marchamos todos juntos, compelidos una vez más a apostarlo todo a una empresa imposible, precisamente ahora que todo el país se dispone a perder otra guerra, nos corresponde a los que, aún en medio del frenesí, mantenemos un mínimo de lucidez, reflexionar acerca de las causas de nuestro proceder. Sería absurdo pretender sustraernos al influjo que moviliza a nuestros compatriotas: ya lo dije, todos marchamos juntos, irremediablemente, hacia la derrota, y posiblemente hacia la muerte. Eso es lo que sabemos, nuestro único dato seguro. Sin embargo, ni siquiera en una situación desesperada es superflua la reflexión.
El primer motivo de nuestra conducta es un proceso interno del individuo, simultáneo en todos los individuos. Todos nosotros lo conocemos. Ni siquiera merecería la pena referirse a este proceso, si no fuera porque, curiosamente, apenas se menciona. Cualquiera puede contrastar, sin embargo, su propia experiencia con las menciones que sí existen: no se conoce ningún caso en el que no hayan coincidido. Describiré brevemente el proceso al que me refiero:
El individuo empieza escuchar unos tambores imaginarios. Al principio son golpes aislados, que quizá puedan confundirse con algo que se cae, etc. La frecuencia de los golpes va aumentando, sin embargo. Acaban formando una sucesión uniforme, con intervalos que dependen del individuo: suele variar entre uno y dos segundos. Se ha dicho que estos tambores son una llamada irracional e irresistible hacia la guerra. Creo que este juicio es cierto en esencia, pero inexacto. La guerra es un concepto muy amplio: implica un objetivo ajeno a ella misma (un objetivo político o económico) y una serie de normas (no me refiero a las distintas "normas de conducta" que se han propuesto a lo largo de la historia, sino a normas que definen lo que es y lo que no es guerra). Mi opinión es que los tambores son una llamada irracional e irresistible hacia el combate. Otros, seguramente, cambiarían "combate" por "saqueo": no dejarían de tener razón, sólo sería un enfoque ligeramente distinto del mismo fenómeno.
Como ya se ha dicho, esta llamada que recibe el individuo, es un proceso que se repite en todos los individuos de la nación. Por lo tanto, y obedeciendo esa llamada, nos armamos y marchamos al combate. Lo normal es que tengamos dificultades para dormir, incluso para descansar, hasta que hayamos combatido.
Haré un inciso para poner en su lugar ciertos disparates que se dicen o escriben acerca de este tema. Por supuesto, no existe ninguna trama policial en todo esto. No hay ninguna conspiración del gobierno para hipnotizarnos, ni nada por el estilo. ¿Acaso alguien ignora que lo mismo que ahora sucede sucedía mucho antes de que se inventaran las técnicas modernas de propaganda? Además, culpar al gobierno es confundir causa y efecto. Si el gobierno desea la guerra, si dispone lo necesario para que nos armemos y marchemos al combate, esto se debe sencillamente a que también sus miembros, como ciudadanos de la nación, oyen los tambores. ¿No marchan hoy a nuestro lado, después de haber promulgado las leyes?
No he revelado nada que no se sepa, aunque no se hable de ello. En este momento, nos encontramos con dos incógnitas:
¿Por qué un proceso psicológico concreto se produce simultáneamente, cada cierto tiempo, en todos los individuos que residen dentro de los confines de una nación?
¿Por qué nadie se plantea la rareza de esta circunstancia?
No hemos podido (hasta ahora) contestar directamente a la primera pregunta. La segunda quizá sea un buen camino indirecto para indagar. Quizá sea el único camino.
Ahora marchamos todos juntos, con nuestra sed de combate (innegable, incontrolable), pero también con las claves para entenderla. Sabemos que nuestras pesquisas no cambiarán nada: perderemos la guerra, pues nuestra única estrategia es combatir cuanto antes mejor. Perderemos (de nuevo) todas las alianzas que mantenemos con otros países, pues nuestra furia no distingue aliados de enemigos. Nos espera la muerte, o volver a un país devastado y empobrecido. Nadie ignora que si no muere en esta campaña, morirá en la siguiente, y que sólo es cuestión de suerte. En fin, sé que habrá momentos en los que el más lúcido entre nosotros pensará que da igual preguntarse por qué, si lo importante (lo que ahora nos parece importante) es incendiar edificios y matar a sus ocupantes, atacar ejércitos enemigos, teñir paisajes de rojo. Sin embargo, ¡merece la pena intentarlo! Quizá alguno de nosotros llegue a comprender por qué tenemos que morir en la guerra.
El primer motivo de nuestra conducta es un proceso interno del individuo, simultáneo en todos los individuos. Todos nosotros lo conocemos. Ni siquiera merecería la pena referirse a este proceso, si no fuera porque, curiosamente, apenas se menciona. Cualquiera puede contrastar, sin embargo, su propia experiencia con las menciones que sí existen: no se conoce ningún caso en el que no hayan coincidido. Describiré brevemente el proceso al que me refiero:
El individuo empieza escuchar unos tambores imaginarios. Al principio son golpes aislados, que quizá puedan confundirse con algo que se cae, etc. La frecuencia de los golpes va aumentando, sin embargo. Acaban formando una sucesión uniforme, con intervalos que dependen del individuo: suele variar entre uno y dos segundos. Se ha dicho que estos tambores son una llamada irracional e irresistible hacia la guerra. Creo que este juicio es cierto en esencia, pero inexacto. La guerra es un concepto muy amplio: implica un objetivo ajeno a ella misma (un objetivo político o económico) y una serie de normas (no me refiero a las distintas "normas de conducta" que se han propuesto a lo largo de la historia, sino a normas que definen lo que es y lo que no es guerra). Mi opinión es que los tambores son una llamada irracional e irresistible hacia el combate. Otros, seguramente, cambiarían "combate" por "saqueo": no dejarían de tener razón, sólo sería un enfoque ligeramente distinto del mismo fenómeno.
Como ya se ha dicho, esta llamada que recibe el individuo, es un proceso que se repite en todos los individuos de la nación. Por lo tanto, y obedeciendo esa llamada, nos armamos y marchamos al combate. Lo normal es que tengamos dificultades para dormir, incluso para descansar, hasta que hayamos combatido.
Haré un inciso para poner en su lugar ciertos disparates que se dicen o escriben acerca de este tema. Por supuesto, no existe ninguna trama policial en todo esto. No hay ninguna conspiración del gobierno para hipnotizarnos, ni nada por el estilo. ¿Acaso alguien ignora que lo mismo que ahora sucede sucedía mucho antes de que se inventaran las técnicas modernas de propaganda? Además, culpar al gobierno es confundir causa y efecto. Si el gobierno desea la guerra, si dispone lo necesario para que nos armemos y marchemos al combate, esto se debe sencillamente a que también sus miembros, como ciudadanos de la nación, oyen los tambores. ¿No marchan hoy a nuestro lado, después de haber promulgado las leyes?
No he revelado nada que no se sepa, aunque no se hable de ello. En este momento, nos encontramos con dos incógnitas:
¿Por qué un proceso psicológico concreto se produce simultáneamente, cada cierto tiempo, en todos los individuos que residen dentro de los confines de una nación?
¿Por qué nadie se plantea la rareza de esta circunstancia?
No hemos podido (hasta ahora) contestar directamente a la primera pregunta. La segunda quizá sea un buen camino indirecto para indagar. Quizá sea el único camino.
Ahora marchamos todos juntos, con nuestra sed de combate (innegable, incontrolable), pero también con las claves para entenderla. Sabemos que nuestras pesquisas no cambiarán nada: perderemos la guerra, pues nuestra única estrategia es combatir cuanto antes mejor. Perderemos (de nuevo) todas las alianzas que mantenemos con otros países, pues nuestra furia no distingue aliados de enemigos. Nos espera la muerte, o volver a un país devastado y empobrecido. Nadie ignora que si no muere en esta campaña, morirá en la siguiente, y que sólo es cuestión de suerte. En fin, sé que habrá momentos en los que el más lúcido entre nosotros pensará que da igual preguntarse por qué, si lo importante (lo que ahora nos parece importante) es incendiar edificios y matar a sus ocupantes, atacar ejércitos enemigos, teñir paisajes de rojo. Sin embargo, ¡merece la pena intentarlo! Quizá alguno de nosotros llegue a comprender por qué tenemos que morir en la guerra.
7 comentarios
Carlos Clares -
Chinpón -
(Jejé, mola, como a los cartones no nos afecta).
Mulú -
Mucho juego en este cuento, Pakito, me ha gustadomucho y, a la vez, me eriza un poco la idea de que todas las guerras obedezcan a ese llamado rítmico.
Aplausos, cronopio
y un beso sin tambores,
la mullighan
Perro Callejero -
Me gustaría compartir con usted una revelación que tuve hace algún tiempo. Me llegó cuando trataba de clasificar a su especie. Me di cuenta de que, de hecho, no eran mamíferos. Cualquier mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con todo lo que le rodea, pero los humanos no. Se mueven hacia un área, se multiplican y multiplican, hasta que consumen todos los recursos naturales. La única manera de sobrevivir es esparcirse hacia otra zona. Hay otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. Los virus. Los humanos son una peste, el cáncer de este planeta. Vosotros sois la plaga y nosotros somos la cura.
Pos eso.
Perro Callejero -
Salud(2)
Cerro -
(Yo lo hubiese titulado "Tambores de combate", pero comoéste me lo has escrito tú...). Bss.
NOFRET -
Yo insisto en que algún día esos tambores dejarán de sonar, pero deberemos estar mucho más lejos del mono de lo que estamos ahora para que eso pase. Espero que alguien llegue vivo a ese tiempo.
Aquí la gente no quiere ni oír hablar de la guerra, me gustaría pensar que será así por siempre, pero no lo sé. Tal vez ese ciclo del que hablas, por el que cada cierto tiempo aparece una sed por pelear nos invada de nuevo. (espero que no)